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Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

Andrés Bello: libertad, imperio, estilo

Joaquín Trujillo

Andrés Bello es uno de los personajes más importantes de la historia de Chile y América. Nació en Venezuela a fines del siglo XVIII y se combinaron en él una erudición y un talento literario deslumbrantes. Participó con Bolívar en la independencia americana y luego, recluido en Londres, apresado por la pobreza y el destierro, tras años de estudiar solitariamente en la Biblioteca del Museo Británico, solo tuvo una opción: volver a América, pero al último de sus países, Chile.

Desde allí, y en la segunda línea del poder, tal como lo hicieron el profeta Daniel, Goethe o Dante, comenzó a moldear la naciente república. Redactó el Código Civil, fundó la Universidad de Chile e intentó estandarizar la lengua española en la caótica Hispanoamérica del siglo XIX, que se debatía, así como en Europa, en batallas de ideas que hoy parecen extrañas e inverosímiles: la de la libre circulación de los bienes frente al mayorazgo, la del neoclasicismo frente al romanticismo, o la del uso del castellano en las nuevas naciones.

Son esos debates los que permiten al abogado y académico Joaquín Trujillo Silva revisar la historia de Bello a través de tres ejes centrales: la libertad, el imperio y el estilo. Ellas, en conjunto, dejan entrever una de sus ideas más relevantes y que, por necesaria, a veces se vuelve invisible: el poder de la palabra (en rigor, la palabra impresa), para crear una nación. Es ella la que también le permite pensar en una especie particular de personajes, ligados al poder y a la letra, y que Trujillo denomina como gramócratas.

En una obra colosal, digresiva, que cruza el Derecho, la historia, la teoría literaria y la filosofía, y que saca a relucir hasta los mismísimos confines del campo de significación bellista, Trujillo analiza en Andrés Bello: libertad, imperio, estilo, las ideas, la sensibilidad y la vida política de un personaje tan excepcional como vital en el devenir de Chile y América, y que, con justicia, debería ser llamado padre de la patria, o, al menos, de una patria ya olvidada: la patria de los gramócratas.